martes, 1 de diciembre de 2009

8:05 p.m

Cinco minutos después de las ocho. Cinco minutos tarde para la cena. Luego de un largo día, llegamos a la casa para el cumpleaños del abuelo. !Sesenta y cuatro vueltas ha dado El Grande!. Abro la puerta y un aroma a comida marina logra escaparse hacia la calle. Instantáneamente viene a mi mente una imagen de una caserola de paella española. Y pese a que la paella me gusta bastante, igual me angustio un poco... una angustia ajena. Paella involucra pulpo... involucra calamares, involucra por consiguiente probabilidades de mareo. Y me vuelvo a angustiar un poco más. Nos sentamos a la mesa y me dice que no tiene hambre pero yo sé que sí tiene porque hace unos minutos en el carro me lo había mencionado. En medio de todo el ajetreo empiezo a abrir gavetas, buscando algo no marino para que pueda comer algo. Cinco personas están en la cocina sirviendo platos, terminando de preparar ensaladas y aderezos y sirviendo las bebidas. Me dirijo hacia la alacena a ver qué puedo improvisar de último momento. ¡Atún! atún siempre al rescate. Una señora está arrecostada sobre la puerta izquierda de la alacena donde se usa el atún. Con permiso... gracias. El atún no aparece. ¿Alguien sabe dónde está el atún? En la puerta derecha de la alacena, escucho por ahí... puerta donde la señora decidió reacomodarse hace unos segundos. Le vuelvo a pedir que se corra y me responde con el entrecejo fruncido, y aparece la buscada lata de atún. Así son las cosas en casa, ves... entrás ahí y se respira amor, te lo digo porque así es, pero en estas reuniones familiares todo se vuelve un poco caótico... en una forma cómica si me seguís. Nos sentamos a la mesa... mesa hecha para que coman 8 cómodamente, en la cual sin embargo hay diez sillas en compañía de veinte cubiertos, veinte tenedores, diecinueve cucharitas (la señora gorda que no come postres en público pero al llegar al apartamento empata), y veintiuna servilletas (doble servilleta para el cuñado que siempre hace desastres cuando come). Siento una mano sobre la mía. Tranquilizate un poco, me dice al oído. Y me tranquilizo un poco. Luego agrega algo así como… gracias por el atún, no tenías que preocuparte. Sonrío como un niño cuando termina una pintura de esas que sólo él puede entender. Apenas se acaba una botella de vino se abre otra. ¡El viejo cumple sesenta y cuatro años y hay que celebrarlo a lo grande! Veo una botella “vino” marca ________ y me río un poco por dentro. Podrá ser de todo menos vino. En una escala, estaría más cerca al jugo de uvas que el benjamín de la familia lleva a la escuela que al propio vino. Siento una especie de ausencia desde hace algunos minutos pero no le presto mucha importancia. Toda la familia vuelve a estallar en una carcajada al unísono. Los chistes del cuñado son bastante buenos, y eso sumado al vino hace de la fiesta un éxito. ¿Será que se fue al cuarto? No creo... probablemente los olores marinos le revolvieron el estómago y está en el baño. Voy a revisar ambos, concluyendo de manera no exitosa. Me devuelvo a la mesa. El cuñado acaba de sacar a relucir el chiste que tenía bajo la manga para cerrar la noche con broche de oro. La sensación de extrañes me sigue picoteando la cabeza. Es como cuando perdés algo, ves... no sabés si de verdad se perdió o si fue que quedó en algún lugar y te está esperando, y te mata el sentimiento de duda. Remato la copa de vino y de repente siento que algo no calza. Vuelvo a contar las sillas de la mesa y milésimas de segundo después todo el vino se baja como por arte de magia. Las vuelvo a contar una segunda vez, de manera más lenta, por seguridad.

Sólo hay 9 sillas. Y un plato con atún y puré de papa que permanece intacto.


1 comentario:

Confetti dijo...

tal vez lo que buscás está detrás de una pantalla, llorando.

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